PÁNICO EN LA GRANJA
Lubiana Wilson miro por la ventanilla, a lo lejos se veía aún el humo negro de la ciudad, sus coches, sus ruidos y sus pestes.
En el horizonte se veía el verde del campo y el olor a clorofila le penetraba por las fosas nasales.
El recuerdo de visitar cada verano a sus abuelos le traían recuerdos entrañables desde su más tierna infancia, sus abuelos, aquellos seres bondadoso, amables y cariñosos que la esperaban.
Y allí llego, a la estación del pueblo, donde su abuela, con su tacto cálido y amoroso la abrazo con la dulzura de siempre, y su abuelo, ese hombre con muchas heridas en la vida pero de gran corazón la puso una sonrisa de ángel benévolo.
Pronto fueron a la finca en el antiguo coche de su abuelo, allí estaba, en medio de la naturaleza, su hogar, donde tomaron la comida de la cocina de su abuela, que no era sino la mejor del mundo, leche con miel y los ricos bollos que cocinaba para su nieta.
Cuando se sentaron al fuego de la chimenea, su abuelo le contó las historias de su juventud con muchísima ternura y ambos rieron en todo el calor del amor abuelos y nieta.
-Las gallinas están muy alteradas- comento el abuelo- quizá vaya a llover.
Dicho eso la acostaron con caricias en una cama suave y reconfortante.
Fue entonces cuando lo escucho. Un grito desalmado, empezaba a amanecer aunque el sol no había salido.
Lubiana piso el suelo, estaba frío, el calor de la chimenea se había ido.
No se escuchaba nada, aunque creía haber odio ruidos, ruidos extraños, que parecían no haber salido de allí, ¿o fue todo una pesadilla?.
-¡Abuela!, ¡Abuelo!- grito ella.
Al no obtener respuesta se dirigió a su habitación y vio la cama vacía, parecían que se habían levantado, ¿pero por qué tan pronto?
Bajó las escaleras y llegó a la cocina, entonces vio algo, una gallina estaba en la ventana y la miraba.
-¿Qué ocurre?
Salió afuera, algo no andaba bien.
Caminó, escuchaba voces en el gallinero, debían de ser sus abuelos.
Empezó a caminar por el pequeño camino de tierra, cuando yo un crujir tras suyo y cuando se giró de manera instintiva vió algo que le heló las venas.
Un gallos descomunal, de casi un metro y medio de alto estaba postrado tras de ella.
El corazón la empezó a bombear a mil por hora, salió corriendo, con la cara llena de pavor a punto de romper a llorar, por algo notaba que el gallo la estaba persiguiendo.
Entonces entro en el gallinero, tropezó y se cayó, se sumió en la oscuridad y empezó a llorar frágilmente.
De repente una luz siniestra lo ilumino todo, una luz purpúrea, algo que no era de este mundo.
A su alrededor había gallinas, gallos y algunos de ellos eran sobrenaturalmente enormes, dos de ellos, apostados a su alrededor median más de dos metros y por algún motivo que no se puede entender Lubiana intuyó que la estaban juzgando con sus ojos apáticos de ave.
Lubiana sintió el terror abismal, no el miedo de cuando se monto en bicicleta por primera vez o se tiró desde un trampolín, sino el miedo que te deja seco los vasos sanguíneos y hace que tu corazón explote.
Y en ese momento, antes de que expirase su último aliento de vida lo vió, una criatura en forma de lagarto con ala y cabeza de gallo, lo último que pudo ver fue su pico clavarse en el pecho abierto y ensangrentado de sus abuelos, quienes sin rastro de vida tenían sus ojos abiertos con la mirada puesta en la eternidad.
Y en ese momento la reventó el corazón.
El Diablo visitó la finca de los Wilson en ese verano de 1990, sin saberse porqué.
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