Natalia
NATALIA
De Ignacio Pantoja
Natalia miró hacia el horizonte, aquellas motas de color morado anunciaban que en breve saldría el sol por donde el color negro de la noche empezaba a convertirse en azul.
El conducto de alta velocidad que recorría el océano Atlántico en media hora iba a llegar a su destino, a lo lejos veía las inmensas torres de Lisboa, después cogería un bulsko a Madrid que estaria en diez minutos. Natalia tenía muchísimas ganas de llegar pues allí encontraría a su novio y deseaba verle.
-Natalia- dijo una voz dentro de su bolso-¿Cuánto falta?
-Muy poco…estate tranquilo, Arkpi- dijo ella con dulzura
Nada más llegar empezaban a aparecer los primeros rayos, pero el sol aún no había salido. Por fin llegó a la ciudad de Lisboa, se había levantado muy pronto desde Nueva York, había estado deseando toda la noche que llegase el alba y casi no había dormido, por un lado estaba esperanzada pero por otro tenía miedo. Caminó tranquilamente hasta que vio la parada de los bulskos.
Observó Lisboa, las ciudades-edificios que se perdían entre las nubes del cielo, las subterráneas, las enormes plazas llenas de palomas gigantes en las que a veces se montaban los niños, los perros de múltiples razas, los gusanos gigantes que jugaban con la gente y sobre todo la cantidad de árboles de colores, los de carne, etc.
Cuando cogió el bulsko, éste sintió adonde quería ir y en poco menos de diez minutos llegó al hospital.
Cuando entró, un insecto inteligente le dijo que su novio estaba en el cuarto piso y lo siguió. Anduvo triste y cabizbaja por los pasillos del gran hospital y, por fin, guiada llegó a la habitación.
Desde que sus padres murieron en su infancia, su único amigo y ahora novio había estado a su lado siempre y de manera fiel.
Vio la sala donde estaba su novio metido en una cápsula donde unos robots trabajaban por su vida. Su cabeza había sido seccionada cuando iba a Marte, un accidente de trabajo. Ahora mismo su cuerpo se encontraba sin ella y los robots trataban de regenerarla mientras hacían latir su corazón y sus órganos.
—Señorita Natalia —dijo alguien a su espalda. Era un hombre con una bata blanca, canoso con gran bigote blanco y ojos azules—, lamento decirle que no van bien las cosas...
Miró a su novio otra vez de manera triste y después se alejó de la habitación por los pasillos y puso la mano encima de su vientre donde algo se movía, algo humano y se puso a llorar.
Natalia salió del hospital por la puerta principal. Ya había amanecido completamente y la muchedumbre, los niños que iban al colegio, los ejecutivos que acudían a las ciudades-empresa, los enamorados que salían al sol, empezaban a llenar la calle. Sabía adonde tenía que ir: se acercó al puesto de las palomas gigantes, pidió una al empleado y se montó, se apretó el casco y el cinturón y murmuró algo que la noble ave entendió y con suavidad emprendió el vuelo hacia arriba, en pocos minutos la dejó sobre el edificio-ciudad más alto e importante de Madrid, a 5000 metros de altura. Allí otro empleado la recogió en la última planta, recorrió el largo pasillo, una vez más adentro, sin llamar a la puerta entró en un gran despacho del fondo, una docena de pares de ojos la miraron
—Nos vamos —dijo una mujer y los demás se fueron, pasaron a su lado como fantasmas y desaparecieron tras la puerta, solo un hombre canoso, fornido y de mirada severa se quedó en un gran sillón al fondo.
—Ya era hora, Natalia —dijo—. Mi bisnieto no está bien. Ya lo sé. No sobrevivirá. —Hizo una pausa—. ¿Quieres vino?
—No, gracias. No bebo.
—Él debía de hacerse cargo de la empresa, en él deposité todas mis acciones.
Natalia asintió.
—Ahora mismo las acciones te pertenecen, ya que llevas un hijo suyo; te harás cargo de todas las responsabilidades que eso conlleva.
Natalia lo miró asustada.
¬—¡Me escuchas, Natalia!
—Sí, señor —respondió temerosa, de manera automática.
—Si no haces lo que te digo conseguiré las acciones y cuando nazca el bebé también te lo quitaré —la increpó duramente—, pero de momento tu firma me es necesaria.
Natalia suspiró.
—¡Nadie quiere comprar acciones de la empresa! —gritó el anciano—. Ni mis hijos ni mis nietos, y ahora todo depende de una desconocida. Quiero que vayas a Marte cuanto antes —su voz sonaba más a una orden que a una petición—. Los árboles de carne pronto darán sus frutos y alguien tiene que dirigir las cuentas.
—De acuerdo —dijo ella sin ninguna gana de cumplirlo¬—. Date prisa —dijo Agul—, todo depende de ti, mi vida y el futuro de todos.
Natalia salió del despacho entristecida, bajó a la calle en la paloma, luego cogió un bulsko hasta Lisboa. Llegó a la estación del conducto de alta velocidad que cruzaba el Atlántico, una vez en el conducto se sentó sola y comenzó a llorar.
—No llores —dijo una voz dentro de su bolso una criatura como un gato pero de color azul y morado la hablaba—, el futuro es prometedor.
—Pero yo no quiero esto, es demasiada responsabilidad —respondió a Arkpi.
—No te veía así desde que murieron tus padres —dijo su mascota—. Tienes que seguir siendo fuerte.
—¡Pero podría abortar! —gritó.
—Eso no lo harás mientras yo este aquí, ¿me oyes, Natalia? No puedes hacer eso, el bebé… llevas tres meses, sería horrible.
—Pero me convertiré en su esclava —sollozó.
Natalia siguió llorando durante todo el viaje del conducto de alta velocidad. Arkpi la miraba sin saber qué hacer, una vez llegó a Nueva York, cogió un bulsko hacia su pequeña casa en medio del campo, en la ciudad había dos torres enormes las cuales se iluminaban a la misma hora, la estatua de la libertad no estaba…
—¿Qué te ha dicho ese demonio? —preguntó Arkpi una vez llegaron.
—Tengo que hacerme cargo de todo, creo que no tengo escapatoria, ni aunque me fuera a Selenia, la capital de la Luna.
Arkpi se quedo mirándola:
—No puedes hacer nada. El tataranieto es suyo.
—La familia de Agul es la más poderosa aquí y en Marte —dijo ella atemorizada—, si se enteran de que pienso en abortar, me matarán.
—Hay gente —dijo su fiel mascota— que tiene más responsabilidad que cuidarse de sí mismos, hay gente que tiene una misión mayor en la vida.
Natalia se quedó llorando a la entrada de su casita.
Entonces llamo a un vehiculo.
-Vamos a escapar de el-dijo
-Si es lo que quieres yo estare para protegerte
Natalia hizo las maletas y se dispuso a huir, no tenia escpatoria y la idea de abortar era una carga, un dolor que le parecia insufrible
Asi que pronto llegaron a Japon para coger un vuelo a Selenia
—No te preocupes —le dijo su mascota- protector—, dentro de poco serás libre.
—No puedo seguir así, me voy a volver loca —gimió ella.
—Tienes que acordarte de todo por lo que te has esforzado en tu vida, desde la muerte de tus padres. Recuerda cómo te sacaste la carrera, como superaste tu ingreso en el psiquiatrico, como a pesar de los problemas has ido avanzado, estoy muy orgullosos de ti, Natalia., todo se solucionara, ya lo veras.
Entonces por el pasillo pasaron dos hombres, uno era grande como un armario y el otro era un anciano.
—Creíste que podrías escapar de mí. Es intolerable —dijo con voz severa.
—Señor Agul —dijo ella asustada— yo no quería…
—Por supuesto que querías. Lo que mas detesto es tu cobardía: eres una niña miedosa y estúpida. ¡Una vergüenza para mi familia!
Natalia lo miró.
—Ahora mismo vas a ir a Marte y cuando tengas el hijo te lo quitaré y desaparecerás de nuestras vidas, ¿me escuchas? —Natalia asintió sin hablar—. Si ahora mismo viviese mi bisnieto le desheredaría. ¡Sois una vergüenza los dos! Y seguro que tu hijo será igual de despreciable.
Entonces Arkpi desde el bolso de Natalia, su apariencia habia dejado de ser la de la amable mascota y ahora era de color negro y rojo, tenia el pelo encrespado y unas uñas enormes; saltó sobre Agul y le cablo las uñas en el cuello de improvisto, Agul intento agarrarlo, pero Arkpi ahora mismo era una bestia, emepezo a arañarle por todo el cuerpo con violencia hasta que callo desangrado.
—Natalia —dijo Arkpi mirándola y un segundo después fue desintegrado por una arma del guardaespaldas.
Tras esto Natalia fue detenida y obligada a volver a Madrid, una vez en el despacho de Agul encontró a una mujer de más de cien años sentada, que con un tono muy serio la dijo:
—Mi marido era un hombre sin escrúpulos. Sé que tú no lo has matado… a veces es cuestión de nuestras mascotas el ayudarnos a salvar nuestro destino… —suspiró—. Quiero que desaparezcas de nuestras vidas, tomarás una nueva identidad y criarás a tu hijo sin el apellido de nuestra familia, ¿me entiendes?
—Sí —dijo Natalia.
Cuando Natalia bajó en la paloma, vio el mundo verde y a los gusanos gigantes jugando con los niños, la noche empezaba a llegar y por primera vez en muchos años se sintió feliz, pese a haber perdido a su mejor amigo, por fin era libre.
De Ignacio Pantoja
Natalia miró hacia el horizonte, aquellas motas de color morado anunciaban que en breve saldría el sol por donde el color negro de la noche empezaba a convertirse en azul.
El conducto de alta velocidad que recorría el océano Atlántico en media hora iba a llegar a su destino, a lo lejos veía las inmensas torres de Lisboa, después cogería un bulsko a Madrid que estaria en diez minutos. Natalia tenía muchísimas ganas de llegar pues allí encontraría a su novio y deseaba verle.
-Natalia- dijo una voz dentro de su bolso-¿Cuánto falta?
-Muy poco…estate tranquilo, Arkpi- dijo ella con dulzura
Nada más llegar empezaban a aparecer los primeros rayos, pero el sol aún no había salido. Por fin llegó a la ciudad de Lisboa, se había levantado muy pronto desde Nueva York, había estado deseando toda la noche que llegase el alba y casi no había dormido, por un lado estaba esperanzada pero por otro tenía miedo. Caminó tranquilamente hasta que vio la parada de los bulskos.
Observó Lisboa, las ciudades-edificios que se perdían entre las nubes del cielo, las subterráneas, las enormes plazas llenas de palomas gigantes en las que a veces se montaban los niños, los perros de múltiples razas, los gusanos gigantes que jugaban con la gente y sobre todo la cantidad de árboles de colores, los de carne, etc.
Cuando cogió el bulsko, éste sintió adonde quería ir y en poco menos de diez minutos llegó al hospital.
Cuando entró, un insecto inteligente le dijo que su novio estaba en el cuarto piso y lo siguió. Anduvo triste y cabizbaja por los pasillos del gran hospital y, por fin, guiada llegó a la habitación.
Desde que sus padres murieron en su infancia, su único amigo y ahora novio había estado a su lado siempre y de manera fiel.
Vio la sala donde estaba su novio metido en una cápsula donde unos robots trabajaban por su vida. Su cabeza había sido seccionada cuando iba a Marte, un accidente de trabajo. Ahora mismo su cuerpo se encontraba sin ella y los robots trataban de regenerarla mientras hacían latir su corazón y sus órganos.
—Señorita Natalia —dijo alguien a su espalda. Era un hombre con una bata blanca, canoso con gran bigote blanco y ojos azules—, lamento decirle que no van bien las cosas...
Miró a su novio otra vez de manera triste y después se alejó de la habitación por los pasillos y puso la mano encima de su vientre donde algo se movía, algo humano y se puso a llorar.
Natalia salió del hospital por la puerta principal. Ya había amanecido completamente y la muchedumbre, los niños que iban al colegio, los ejecutivos que acudían a las ciudades-empresa, los enamorados que salían al sol, empezaban a llenar la calle. Sabía adonde tenía que ir: se acercó al puesto de las palomas gigantes, pidió una al empleado y se montó, se apretó el casco y el cinturón y murmuró algo que la noble ave entendió y con suavidad emprendió el vuelo hacia arriba, en pocos minutos la dejó sobre el edificio-ciudad más alto e importante de Madrid, a 5000 metros de altura. Allí otro empleado la recogió en la última planta, recorrió el largo pasillo, una vez más adentro, sin llamar a la puerta entró en un gran despacho del fondo, una docena de pares de ojos la miraron
—Nos vamos —dijo una mujer y los demás se fueron, pasaron a su lado como fantasmas y desaparecieron tras la puerta, solo un hombre canoso, fornido y de mirada severa se quedó en un gran sillón al fondo.
—Ya era hora, Natalia —dijo—. Mi bisnieto no está bien. Ya lo sé. No sobrevivirá. —Hizo una pausa—. ¿Quieres vino?
—No, gracias. No bebo.
—Él debía de hacerse cargo de la empresa, en él deposité todas mis acciones.
Natalia asintió.
—Ahora mismo las acciones te pertenecen, ya que llevas un hijo suyo; te harás cargo de todas las responsabilidades que eso conlleva.
Natalia lo miró asustada.
¬—¡Me escuchas, Natalia!
—Sí, señor —respondió temerosa, de manera automática.
—Si no haces lo que te digo conseguiré las acciones y cuando nazca el bebé también te lo quitaré —la increpó duramente—, pero de momento tu firma me es necesaria.
Natalia suspiró.
—¡Nadie quiere comprar acciones de la empresa! —gritó el anciano—. Ni mis hijos ni mis nietos, y ahora todo depende de una desconocida. Quiero que vayas a Marte cuanto antes —su voz sonaba más a una orden que a una petición—. Los árboles de carne pronto darán sus frutos y alguien tiene que dirigir las cuentas.
—De acuerdo —dijo ella sin ninguna gana de cumplirlo¬—. Date prisa —dijo Agul—, todo depende de ti, mi vida y el futuro de todos.
Natalia salió del despacho entristecida, bajó a la calle en la paloma, luego cogió un bulsko hasta Lisboa. Llegó a la estación del conducto de alta velocidad que cruzaba el Atlántico, una vez en el conducto se sentó sola y comenzó a llorar.
—No llores —dijo una voz dentro de su bolso una criatura como un gato pero de color azul y morado la hablaba—, el futuro es prometedor.
—Pero yo no quiero esto, es demasiada responsabilidad —respondió a Arkpi.
—No te veía así desde que murieron tus padres —dijo su mascota—. Tienes que seguir siendo fuerte.
—¡Pero podría abortar! —gritó.
—Eso no lo harás mientras yo este aquí, ¿me oyes, Natalia? No puedes hacer eso, el bebé… llevas tres meses, sería horrible.
—Pero me convertiré en su esclava —sollozó.
Natalia siguió llorando durante todo el viaje del conducto de alta velocidad. Arkpi la miraba sin saber qué hacer, una vez llegó a Nueva York, cogió un bulsko hacia su pequeña casa en medio del campo, en la ciudad había dos torres enormes las cuales se iluminaban a la misma hora, la estatua de la libertad no estaba…
—¿Qué te ha dicho ese demonio? —preguntó Arkpi una vez llegaron.
—Tengo que hacerme cargo de todo, creo que no tengo escapatoria, ni aunque me fuera a Selenia, la capital de la Luna.
Arkpi se quedo mirándola:
—No puedes hacer nada. El tataranieto es suyo.
—La familia de Agul es la más poderosa aquí y en Marte —dijo ella atemorizada—, si se enteran de que pienso en abortar, me matarán.
—Hay gente —dijo su fiel mascota— que tiene más responsabilidad que cuidarse de sí mismos, hay gente que tiene una misión mayor en la vida.
Natalia se quedó llorando a la entrada de su casita.
Entonces llamo a un vehiculo.
-Vamos a escapar de el-dijo
-Si es lo que quieres yo estare para protegerte
Natalia hizo las maletas y se dispuso a huir, no tenia escpatoria y la idea de abortar era una carga, un dolor que le parecia insufrible
Asi que pronto llegaron a Japon para coger un vuelo a Selenia
—No te preocupes —le dijo su mascota- protector—, dentro de poco serás libre.
—No puedo seguir así, me voy a volver loca —gimió ella.
—Tienes que acordarte de todo por lo que te has esforzado en tu vida, desde la muerte de tus padres. Recuerda cómo te sacaste la carrera, como superaste tu ingreso en el psiquiatrico, como a pesar de los problemas has ido avanzado, estoy muy orgullosos de ti, Natalia., todo se solucionara, ya lo veras.
Entonces por el pasillo pasaron dos hombres, uno era grande como un armario y el otro era un anciano.
—Creíste que podrías escapar de mí. Es intolerable —dijo con voz severa.
—Señor Agul —dijo ella asustada— yo no quería…
—Por supuesto que querías. Lo que mas detesto es tu cobardía: eres una niña miedosa y estúpida. ¡Una vergüenza para mi familia!
Natalia lo miró.
—Ahora mismo vas a ir a Marte y cuando tengas el hijo te lo quitaré y desaparecerás de nuestras vidas, ¿me escuchas? —Natalia asintió sin hablar—. Si ahora mismo viviese mi bisnieto le desheredaría. ¡Sois una vergüenza los dos! Y seguro que tu hijo será igual de despreciable.
Entonces Arkpi desde el bolso de Natalia, su apariencia habia dejado de ser la de la amable mascota y ahora era de color negro y rojo, tenia el pelo encrespado y unas uñas enormes; saltó sobre Agul y le cablo las uñas en el cuello de improvisto, Agul intento agarrarlo, pero Arkpi ahora mismo era una bestia, emepezo a arañarle por todo el cuerpo con violencia hasta que callo desangrado.
—Natalia —dijo Arkpi mirándola y un segundo después fue desintegrado por una arma del guardaespaldas.
Tras esto Natalia fue detenida y obligada a volver a Madrid, una vez en el despacho de Agul encontró a una mujer de más de cien años sentada, que con un tono muy serio la dijo:
—Mi marido era un hombre sin escrúpulos. Sé que tú no lo has matado… a veces es cuestión de nuestras mascotas el ayudarnos a salvar nuestro destino… —suspiró—. Quiero que desaparezcas de nuestras vidas, tomarás una nueva identidad y criarás a tu hijo sin el apellido de nuestra familia, ¿me entiendes?
—Sí —dijo Natalia.
Cuando Natalia bajó en la paloma, vio el mundo verde y a los gusanos gigantes jugando con los niños, la noche empezaba a llegar y por primera vez en muchos años se sintió feliz, pese a haber perdido a su mejor amigo, por fin era libre.
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