El Corazón del Bosque
Desde que existen los seres humanos en este mundo, no, mucho antes, vago por aquí.
Nunca he dejado de existir, por lo menos desde que tengo memoria, o desde que tienen memoria los árboles.
Siempre he estado aquí, y aquí seguiré. Antes el espacio en el que me movía era mayor; ahora hay menos verde en este mundo.
Pero siempre existió el “aroma”.
El aroma me indica el camino para regresar a mi hogar cada año, solo un día, al corazón del bosque.
El aroma es eso que permite que los seres humanos piensen, no que razonen; más bien, es su instinto.
El instinto es aquello que los ancla a la naturaleza, lo que los hace animales.
Que vivan, pero también que mueran.
El aroma está por todas partes, salió del corazón del bosque y se extiende por las ciudades. Dicen que está dentro de las maquinas, incluso en cada animal o persona.
¿Pero qué sería realmente el aroma? No puedo explicarlo con palabras de ningún idioma. Solo sé que existe desde siempre, al menos desde que yo recuerdo, y sé que seguirá después de que muera el último hombre.
Cuanto más me acerco al corazón del bosque, el aroma es mayor, y llega un momento en que no hay ningún ser humano cerca, ni ningún producto suyo que viole la impenetrabilidad del corazón del bosque.
Y allí lo veo, solo se abre un minuto al año y puedo contemplar una luz que no es común, sino que es sagrada, no está hecha de física… y dentro de ese aura, una especie de huevo se abre y aparece un bebé menudo con los ojos entrecerrados y la boca abierta, como en un gozo de algo que empieza siempre.
Lo miro y lo miramos todos los demás. El aroma sale de esa voz, una voz que no es una voz, sino un aliento que impregna el mundo…
Y ahí entonces se cierra y todo cae en las tinieblas por unos instantes, el aroma se expande y cada cual empieza a retornar a su sitio en el mundo
Todo empieza y acaba.
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