El Terror que vino del Espacio
Hace unos años, según me comentaron, vivía un matrimonio sexagenario en mitad de la montaña; guardeses de fincas desde su juventud, vivian en monótona complicidad durante décadas, mientras sus hijos habían huido a la ciudad en pos de un mundo mejor.
Asi pasaban el tiempo arreglando los desperfectos de la ruinosa propiedad de los pudientes dueños.
Justo una noche, después de recoger el ganado, se hallaban acostados el uno junto al otro en su ancha cama cuando algo ocurrio.
Un ruido exagerado, que primero parecia un zumbido y después pasó a ser como el ruido de un motor de avión, invadió su lecho conyugal, haciendo que el ruido del gota a gota del grifo y el susurro natural del viento cesaran durante unos instantes.
Un sonido horrible, como un trueno en mitad de una tormenta veraniega; tanto el hombre como la mujer temblaron; más aún cuando vieron unas luces de colores que parecian de otro mundo cruzar su habitación.
La mujer y el marido se miraron horrorizados. Los perros ladraron, las ovejas balaron intensamente. susurró el anciano que vió cómo caía una lágrima por la cara de su mujer que contestó con un gemido de desesperación.
Al principio callaron y se quedaron quietos; cuando el marido, en un acto impulsivo, se levantó de la cama y se puso el viejo pantalón, copio la linterna y, empuñando ela vieja escopeta de la que disponía, dirigió a su mujer una mirada extraña.
Ella se levantó y le siguió; anduvieron en la oscuridad de la noche abrazados el uno junto al otro, mientras temblaban; a lo lejos se oían los animales inquietos, quizá producto de un sexto sentido ante la gravedad del peligro; la luna era nueva y dejaba ver las estrellas y las lejanas y horribles criaturas que podían habitar en ellas.
—Mariola… —susurró el anciano.
¡Y qué horrible fueron esos momentos, cuando, presas del pánico, recordaron los programas nocturnos de terror, extraterrestres y abducciones!
Entonces cogidos de la mano lo vieron, un agujero de gran tamaño en mitad del campo de tierra y en su centro, mientras el anciano sostenía firmemente su arma, vieron un extraño cuerpo metálico con el nombre de HISPASAT tatuado.
Volvieron a su casa sin mirarse el uno al otro, se acostaron y por fin cuando habian apagado las lueces sonrieron tiernamente.
Asi pasaban el tiempo arreglando los desperfectos de la ruinosa propiedad de los pudientes dueños.
Justo una noche, después de recoger el ganado, se hallaban acostados el uno junto al otro en su ancha cama cuando algo ocurrio.
Un ruido exagerado, que primero parecia un zumbido y después pasó a ser como el ruido de un motor de avión, invadió su lecho conyugal, haciendo que el ruido del gota a gota del grifo y el susurro natural del viento cesaran durante unos instantes.
Un sonido horrible, como un trueno en mitad de una tormenta veraniega; tanto el hombre como la mujer temblaron; más aún cuando vieron unas luces de colores que parecian de otro mundo cruzar su habitación.
La mujer y el marido se miraron horrorizados. Los perros ladraron, las ovejas balaron intensamente. susurró el anciano que vió cómo caía una lágrima por la cara de su mujer que contestó con un gemido de desesperación.
Al principio callaron y se quedaron quietos; cuando el marido, en un acto impulsivo, se levantó de la cama y se puso el viejo pantalón, copio la linterna y, empuñando ela vieja escopeta de la que disponía, dirigió a su mujer una mirada extraña.
Ella se levantó y le siguió; anduvieron en la oscuridad de la noche abrazados el uno junto al otro, mientras temblaban; a lo lejos se oían los animales inquietos, quizá producto de un sexto sentido ante la gravedad del peligro; la luna era nueva y dejaba ver las estrellas y las lejanas y horribles criaturas que podían habitar en ellas.
—Mariola… —susurró el anciano.
¡Y qué horrible fueron esos momentos, cuando, presas del pánico, recordaron los programas nocturnos de terror, extraterrestres y abducciones!
Entonces cogidos de la mano lo vieron, un agujero de gran tamaño en mitad del campo de tierra y en su centro, mientras el anciano sostenía firmemente su arma, vieron un extraño cuerpo metálico con el nombre de HISPASAT tatuado.
Volvieron a su casa sin mirarse el uno al otro, se acostaron y por fin cuando habian apagado las lueces sonrieron tiernamente.
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